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Humanos y ambientales

A propósito de la errática incursión de Greenpeace sobre las Líneas de Nazca y otros desvaríos

Publicado: 2014-12-11


¿Conviene comentar más el error –profundo, garrafal- de Greenpeace en las Líneas de Nazca? Tal vez sí, pero no para apalear más a una organización que, desde 1971, ha desarrollado campañas notables, a nivel mundial, como la lucha contra la caza ilegal de ballenas, la defensa de los bosques, o incluso, la difusión del caliente problema del cambio climático.

Cometido el delirante despropósito, por las redes sociales, o en opinantes públicos diversos, ha corrido una indignación esperable, aunque a veces excesiva y lindante con la generalización hacia los movimientos de la sociedad civil en general. No, no este NO es un estilo de los ambientalistas. Este es un síntoma de un problema cultural, de sentido común, que tiene años.

Desde los inicios de las primeras alertas ecológicas, los movimientos que reivindican la, urgente, defensa de la naturaleza proliferaron. Hacia la década del 70 comenzaron a aparecer, y ya desde entonces se debatía si bastaba con defender solo bosques, guacamayos, o tigres de bengala, o si era también necesario –y digamos natural- defender a las personas o sociedades.

Los pueblos y federaciones indígenas, verbigracia, mantuvieron por décadas una distancia con algunos grupos conservacionistas, a quienes se les veía como defensores de animales, de ecosistemas, pero no necesariamente de personas, aún si vivían en dichos ecosistemas. No exageraban, en algún caso, pues hubo quienes solo parecían tener ojos para otros seres vivos.

Esa brecha, sin embargo, fue cerrándose paulatinamente, en la conciencia de que no eran dimensiones excluyentes y, acaso, de que los derechos humanos y la lucha por un mejor ambiente (o contra el cambio climático) son de las mejores invenciones de nuestra especie. A mi juicio, crear un abismo, o una distancia sideral entre estos ámbitos, es un profundo desatino.

Las expresiones más dramáticas de este síntoma son las ofensivas animalistas, a veces casi criminales, contra alguien que agredió a un animal. O la facilidad con la que algunas personas se solazan pidiendo la muerte de los toreros, en vez de exigir que , por vías legales, la tauromaquia se prohíba y se limite, por ser, en efecto, un espectáculo que tiene mucho de barbarie.

Otra dimensión de esta escisión contemporánea, en la mente y en el alma, es la dificultad que tuvieron los movimientos de derechos humanos para asumir la causa ambiental. Amnistía Internacional sí lo hizo, después de algunos debates, y ahora es común que, en los grupos humanitarios se incluya la lucha de los ciudadanos ‘por el derecho a un ambiente sano”.

En el 2004, sin embargo, el Comité Nobel de Oslo, dio una señal interesante. Le concedió el Premio Nobel de la Paz a Wangari Maathai, una mujer keniana que, simultáneamente, había promovido una gran cruzada por la plantación de árboles en su país y en el África (con el movimiento Cinturón Verde), y a la vez luchado contra el régimen de Daniel Arap Moi.

Wangari maathai, defensora de los derechos humanos y la la naturaleza. foto: the guardian

La propia Greenpeace ha abogado, por años, en contra de las pruebas nucleares, una forma clarísima de defender a la gente, y oponerse al desvarío guerrero. Es claramente pacifista, y sus hechos lo demuestran. Pero en este caso no ha podido evitar que una esquina de su movimiento cometa este atropello contra la los derechos históricos y culturales de un pueblo.

El argumento presentado, inicialmente, por los activistas que protagonizaron el hecho fue que ‘no dañaron la figura’ (del colibrí). Allí está pues: un ambientalista informado –o cualquier ciudadano, incluyendo a los que ahora le hacen cargamontón a Greenpeace- debería saber que las Líneas de Nazca no son solo los ‘dibujitos’ sino toda la complejidad de la pampa sureña.

Por eso se llaman ‘líneas’, porque trazan una ruta que, al parecer, indicaba un corredor que venía desde la selva, otro ecosistema que los miembros de la cultura Nazca conocían bien. A ellos no se les hubiera pasado por la cabeza separar el ambiente de la gente, la Historia de la naturaleza. Ese es un problema que los humanos de este tiempo tenemos, muy difícil de asumir y superar.

Creo que así convendría entender este episodio penoso, donde lo sagrado de los geoglifos y líneas quedó rebasado por el entusiasmo ‘ecologista’. Los amigos de Greenpeace, además, deberían saber que acá mismo, en el Perú, existen áreas protegidas denominadas ‘Santuarios Históricos’, como lo es Macchu Picchu. Algo hemos avanzado para entender la conexión.

Finalmente, las voces que han precisado que no es la primera vez que se invade la Pampa de Nazca tienen que ser escuchadas. No es posible que la noticia más conocida sobre la COP 20 sea esta, o la irrupción de los mineros ilegales diciendo que también ‘defienden la naturaleza’. El piso, no sólo de las Líneas de Nazca, no está parejo. Necesitamos entender, legislar y actuar.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

MeditaCOP

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