Las luces finales de la COP 20
La gran cumbre climática de Lima deja sinsabores y esperanzas, claroscuros y destellos. La lucha climática continúa, aunque en un camino algo pedregoso.
Se trata de una negociación, para comenzar. No de una asamblea que resuelve los asuntos por mayoría, y menos de un partido de vóley o fútbol. Por eso, el producto principal y final de la COP 20 (Conferencia de las Partes No. 20), el ‘Llamado de Lima para la Acción Climática`, tiene ese aire nebuloso de los documentos nacidos gracias a un consenso logrado tras muchas pujas. Era imposible que fuera claro, demoledor. No está en su ADN.
Menos todavía si dicho consenso tiene que lograrse entre los 194 países que forman la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), los cuales están agrupados en al menos 15 bloques negociadores. Algunos Estados incluso están en dos de ellos. Como el Perú, que está en la Asociación Independiente de América Latina y El Caribe (AILAC) y en el G-77 más China, un frente de 134 países.
El llamado diferenciado
Puesta en ese escenario, la Decisión de esta COP (el ‘Llamado de Lima…’) interpreta esa complejidad y, por eso, está sembrada de frases cómo “de balanceada manera” o “entre otras cosas”. Ese texto, además, no es todo el borrador del famoso nuevo acuerdo legal que deberá ser finiquitado en la COP 21 de París. Es solamente el marco que, recogiendo los puntos de vista diversos, traza los lineamientos sobre los cuales se va a negociar.
En el Anexo que lleva adjunto van los elementos que irán en el borrador en sí. Así de laberínticas son las negociaciones o el Derecho Internacional. Pero entre ambos escritos está, digamos, el espíritu de lo que podría ser la ley global que podría salvarnos de pasar los peligrosos 2 grados centígrados demás de temperatura media global. Ese límite después del cual el clima podría alterarse de tal manera que la vida se haga tormentosa y difícil.
¿Por dónde transita la ruta climática trazada en Lima? Hay algunos logros que revelan un trabajo de hormiga de los negociadores, y del presidente de la COP 20, el ministro del Ambiente Manuel Pulgar Vidal. Por ejemplo, la inclusión en el texto final del principio de “responsabilidades comunes y diferenciadas”, que implica que cada país aportará sus cuotas de mitigación de Gases de Efecto Invernadero (GEI) de acuerdo a sus capacidades.
No era fácil que un consenso tan global incluyera eso, pues es algo que, constantemente, provoca distancias entre los países desarrollados, los que están en vías de desarrollo y los más pobres. En términos simples, significa que todos se van a mojar para reducir sus GEI, pero de acuerdo a lo que les corresponde. Eso podría plasmarse en las Intenciones de Contribuciones Nacionalmente Determinadas (INDC, por sus siglas en inglés).
Acá ya surge un problema, sin embargo. A pesar de que ese principio ‘democratizador’ se acepta como parte de los ingredientes del futuro acuerdo, en el resto del ‘Llamado’ no se especifica claramente de cuánto van a ser esas contribuciones. Podría argumentarse que este es solo un documento germinal, luego perfectible. Solo que dejar que la mitigación discurra por los carrilles de lo ‘voluntario’, en el marco de la negociación, es riesgoso.
Puede no coincidir con las angustias del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), y con el sufrimiento concreto de la gente, en Bangladesh o en Sudán. “Dejar todo voluntario –dice Enrique Maúrtua, de Climate Action Network- , podría ser bueno por la flexibilidad que da, pero hay una historia de incumplimiento que nos lleva a pensar que esto nos alejaría notablemente de lo que el mundo debe hacer”.
Mitigaciones y ambiciones
En otras palabras: la mitigación por cuenta propia, decidida por consenso para no pisar callos de soberanía, tal vez no nos alcance para neutralizar el volumen de GEI en curso y puede asomarnos a mayores catástrofes. “El problema es que eso no nos va a ayudar a salir del problema”, dice Jorge Caillaux, presidente de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental. La ciencia y la política no siempre dialogan. O lo hacen de mala gana.

fuente:: www.renovables verdes .com
De allí que en la entrevista que el ministro Pulgar Vidal responde a La Mula declara que, si se llega a ese punto, habrá que aumentar “la ambición” (de mitigación de GEI). Eso se puede ir ajustando, claro, pues de acá a París hay reuniones intermedias (la primera será en Ginebra, en febrero). Pero mientras se permanezca en la lógica de lo que cada país, buena o graciosamente, el objetivo de neutralizar mínimamente el cambio climático se aleja.
En este contexto, el anuncio de China y Estados Unidos, hecho pocos días antes de la COP 20, mediante el cual declaran reducciones voluntarias, es una pista. El gran país asiático sostiene que llegará a un tope de emisiones el 2030, para luego bajar (mientras aumenta en 20% su uso de energías renovables), mientras que la gran potencia reduciría las suyas 26 a 28% para el 2025, tomando como referencia los niveles que tenía en el año 2005.
¿Alcanzará eso? La Unión Europea ha declarado, a su vez, que se propone reducir sus emisiones 40% al año 2030. Los tres son los más grandes emisores y no es casual que hayan hecho esos anuncios antes de la COP 20. Es una manera de rayar la cancha y, a la vez, un avant premiere de lo que sería el mundo regido por ‘contribuciones’ voluntarias, solo que a partir del 2020 –se espera- a partir de un acuerdo legal vinculante.
Pero incluso la palabra ‘vinculante’ puede ser debatible. En el ‘Llamado’ aparece la frase ‘fuerza legal’ que podría ser casi lo mismo, aunque se sabe que Estados Unidos tendría reparos con ese término. Quizás por eso ha adelantado cuál sería “su voluntad”. No hay forma, por el momento, de saber qué tanta `fuerza legal` tendrá el ansiado documento parisino. Esperemos que disuelva un poco la niebla limeña que está en el texto actual.
Los fondos y las pérdidas
Otra esquina controvertida del documento, y causa de algunos codazos no tan consensuales, fue el Mecanismo de Pérdidas y Daños. Sí, figura en el preámbulo del ‘Llamado’, lo que según Maúrtua “es importante desde el punto de vista polìtica”. El tema se ha oficializado, en suma, solo que no se precisa sin tendrá algún vínculo con el nuevo acuerdo. Podría quedarse en el limbo declarativo, sin concreciones que lo vuelvan más real.

los pequeños estados insulares en problemas. Foto: naciones unidas
No es casual que este tema sea peliagudo. Surgió en la COP 19 de Varsovia, a la luz, o la oscuridad inminente, de que algunos territorios –principalmente los de los países que están en la Alianza de Pequeños Estados Insulares (AOSIS, por sus siglas en inglés)- podrían desaparecer. Dicha tragedia es posible, si las alteraciones climáticas se agravan y sube el nivel del mar, por lo que se veía necesario prever tal situación catastrófica.
Eso implicaría más financiamiento, movilizaciones en favor de proteger a los desplazados. En ese panorama, los países desarrollados sienten que, nuevamente, ellos tendrían que ser los proveedores de esa ayuda. Inicialmente, por eso, pretendieron meter el tema en Adaptación, un asunto que tampoco estaba pensado para el borrador del nuevo acuerdo global. No sin resistencias, entró, y entonces ya resultaba demasiado agregarle màs.
Se ha hecho. Pérdidas y Daños está al comienzo, en medio de la niebla, y Adaptación más claramente. También transferencia de tecnología, financiamiento mismo, fortalecimiento de capacidades. En ese sentido, puede decirse que la COP 20 tuvo ese logro, que a veces no es avistado por los hiper críticos que ven sólo las falencias del texto final. Se venía trabajando por todo esto antes y, finalmente, en Lima se avanzó un poco, solo un poco, más allá.
En cuanto al Fondo Verde del Clima (FVC), el superar la meta de los 10 mil millones de dólares en esta reunión, con aportes de países como Colombia y Perú (6 millones de dólares cada uno), es también un punto a favor. Modesto, eso sí. Para el 2020, se precisan 100 mil millones de dólares anuales para luchar contra el cambio climático. ¿Se podrá llegar a esa cifra en 5 años? No es tan seguro viendo que el asunto de los fondos siempre es polémico.
Pulgar Vidal ha recordado que Alemania comprometió en esta cumbre 65 millones de dólares para el Fondo Mundial de Adaptación que, aún no es seguro, podría fusionarse con el FVC. Como fuere, el PNUD ha señalado que lo que se necesitaría, por año, es por lo menos 5 billones de dólares. Nuevamente, por eso, estos son logros parciales, que no dan para el entusiasmo supremo, aun cuando sí revelen un lento y cauteloso avance.
Salvados por la campana
Finalmente, el solo hecho de haber salvado la conferencia del abismo, tras algunas jornadas de angustia, en las que la sombra de Copenhague (la COP 15, cuando, prácticamente, se sacó un documento de emergencia de la manga de algunas potencias) gravitaba, sí podría ser rotulado como un éxito. Pudo no haber nacido documento alguno y ése si que hubiera sido un fracaso rotundo, del que no nos hubiera salvado ni una Teletón climática.
En la COP 20, en resumen, hemos hecho una performance aceptable, desde el punto de vista de la seguridad y la organización. Y a la vez de la negociación, donde Pulgar Vidal se jugó acaso uno de los partidos políticos de su vida pública y profesional. No desmayó, insistió, no dejó que la desesperación se apoderara de la pequeña multitud que rondaba por el Pentagonito. Seguirá conduciendo las negociaciones hasta la COP 21, por añadidura.
Reconocer esas luces no nos lleva a ignorar nuestras carencias ambientales, la mezquindad de algunos negociadores, la injusticia climática, la historia tormentosa y desigual de las emisiones de GEI. Esa parte de la realidad provocó bloqueos y desesperanzas estos días, pero fue atemperada porque, mal que bien, el ‘Llamado de Lima a la Acción Climática’ mantiene viva la esperanzada llama con la que podemos enfriar un poco el planeta.
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